martes, 28 de junio de 2016

Clarice


La tarde avanza sigilosa tornando el cielo de un violeta sangre. Yo estoy sentada en la mesa de un bar, ensimismada en mis papeles y libros. Sin trapos ni abrigos que me cubran. Porque escribir me desnuda y leer me desata. Viajo por las letras de Clarice, que funcionan como barcas rústicas y eternas hacia el alma femenina. Me traslado de un paisaje a otro, balanceada por el agua, como una medusa transparente, que arde en sí misma sin quemarse. El aroma del café asciende hacia mis narinas, y en un solo sorbo de ese aroma a cafetales, mi espíritu se acomoda en la silla y se encaja bien en la carne, encarno nuevamente en este instante. Y descubro cuánto deleite siento.

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